miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 16.-Un campeón está unido a su familia

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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El auto del señor Izquierdo pasó muy despacio junto a mí.

Por fortuna, sus ocupantes no me descubrieron, ni vieron la caja de IVI. Se alejaron y dieron vuelta en la esquina.

Permanecí varios minutos escondido, luego bajé del árbol y recuperé la caja. La avenida estaba solitaria. Caminé. Llegué a la esquina pero, al dar la vuelta por la calle angosta, encontré algo terrible: Una anciana gritaba y lloraba, abrazando a su esposo que se hallaba en el suelo.

- ¡Ayúdenme! –decía-. ¡Nos asaltaron! Eran dos tipos en un coche negro. A mi marido le ha dado un ataque al corazón. ¡Alguien que llame a la ambulancia!

El viejito estaba tirado de espaldas.

Corrí de regreso a la avenida principal e hice señales a los coches que pasaban para que se detuvieran. Al fin, una mujer se orilló.

Venga, por favor –le dije-. Hay una emergencia en esa calle.

La mujer llamó por su teléfono celular y al poco tiempo llegó una patrulla. ¡La misma que me había llevado a mi casa la tarde anterior, conducida por el comandante que me dejó su tarjeta! La ambulancia arribó poco después. Vi como los paramédicos atendían al hombre infartado y escuché la versión de la anciana que dijo llorando:

- Íbamos caminando por la acera, cuando un automóvil se detuvo a nuestro lado. Quisimos acelerar el paso, pero mi esposo y yo estamos viejos; no podemos correr. Un hombre se bajó del coche y vino hacia nosotros. Nos apuntó con una pistola. Le dimos el bolso y la catera. El tipo, entonces, acercó el arma a la cabeza de mi marido y disparó. La pistola no tenía balas, pero oímos el ruido del gatillo. Fue un susto terrible. A mi esposo comenzó a dolerle el pecho de inmediato. El ladrón se subió a su carro con nuestras cosas. ¡Iba riéndose!.

- ¿Había más personas en el auto?

- Sí. Una –y agregó después-: creo...

El policía volteó alrededor y se dirigió a los que estábamos cerca.

- ¿Quién de ustedes sabe algo que pueda ayudarnos?

Las manos me sudaban por el nerviosismo.

- ¡Yo! –dije con voz fuerte.

Todos voltearon a verme. El policía me reconoció.

- ¡Felipe! ¿Sabes que ocurrió?

- Sí. Venía caminando detrás. Vi el coche que dio la vuelta en esa esquina. Sé quiénes asaltaron a los señores y cómo localizarlos.

- ¿Estás seguro?

- ¡absolutamente!

Esa tarde, di todos los datos a la policía.

- Debes quedarte en tu casa –me advirtieron-. Vamos a detener a las personas que señalaste como responsables del robo y luego vendremos por ti para que nos acompañes a identificarlas. La anciana y tú tienen que declarar.

Me encerré en mi cuarto lleno de temor.

Pensé en salir al patio para guardar la caja de IVI en mi escondite. Antes de hacerlo, saqué una tarjeta y leí.

Un campeón no se separa de sus padres o hermanos al atravesar por momentos difíciles. Al contrario, confía en ellos y busca la unión.

Si tomas un lápiz de madera y lo flexionas, podrás romperlo con facilidad. Si tomas dos lápices juntos y los doblas, te costará más trabajo quebrarlos, pero si tomas el manojo, nunca podrás partirlo.

Es una ley natural: cuando las familias se desunen, cualquier ataque exterior hace destrozos, pero si están enlazadas, nada puede dañarlas.

Tú debes provocar la unión que dará fortaleza a todos. ¿Cómo? Tenle confianza a tus padres y hermanos. Compárteles tus preocupaciones y convive mucho con ellos. No permitas que cada uno ande por su lado o que un miembro de tu casa atraviese solo los momentos de tormenta.

Las familias existen para que los integrantes se apoyen en amor; pero los necios, destruyen sus hogares y prefieren ir por la vida en soledad, corrompiéndose, llorando y lamentándose. No cometas ese error.

Grábalo en tu memoria: Un campeón siempre está unido a su familia.

Quise experimentar lo que había leído. Tomé un lápiz con las dos manos y lo rompí. Luego tomé muchos y traté de partirlos. No pude. Era verdad.

Salí al jardín y guardé la caja de IVI en el rincón detrás de las plantas.

Al poco rato llegaron mis padres. Les platiqué todo lo que ocurrió en el día. Se mostraron preocupados, pero agradecieron mi confianza y me abrazaron.

Tranquilízate –dijo papá- Estamos contigo. No te pasará nada.

Cuando los guardias tocaron a la puerta para llevarme a declarar, papá y mamá se opusieron:

- Nuestro hijo es menor de edad.

El policía respondió:

- Debe ir a las oficinas, pero pueden acompañarlo.

Mis padres y yo acudimos a la comisaría.

Nos llevaron a un amplio salón. Lobelo y el señor Izquierdo estaban detenidos al fondo de la sala. Nos vieron. No había un cristal opaco para identificar a los delincuentes.

El oficial los señaló y me preguntó:

- ¿Ellos asaltaron a los ancianos?

Agaché la cabeza y quise ser discreto.

- Sí –contesté-. No los vi al momento del salto, pero minutos antes dieron la vuelta justo donde encontramos a los viejitos.

- ¿Y por qué supones que son los ladrones?

Porque en la mañana me llevaron a la escuela y, el más joven, jugando, me apuntó a la cabeza con una pistola de verdad. Además lo conozco desde hace tiempo. Presume los billetes que siempre carga y dice que su padrastro le ha enseñado a ganar dinero fácil.

A los pocos minutos, llegó la anciana, esposa del hombre que había sufrido un ataque cardiaco. Venía acompañada de dos policías. El comandante le preguntó señalando con el mismo descaro.

- ¿Esos son los asaltantes?

- Desde aquí no los veo bien –contestó la mujer.

- Vamos a acercarnos.

Caminaron hacia los detenidos. Mis padres y yo los seguimos. La anciana llegó frente a ellos y casi de inmediato afirmó:

- No señores. Estos no son los hombres que nos asaltaron.

- ¿Está segura?

- Por supuesto. ¡Estos no son!

Quise que me tragara la tierra.

El señor Izquierdo comenzó a gritarnos:

- ¡Ingratos! ¡Malagradecidos!

- Disculpe –respondió mi padre-. Hubo un malentendido. Mi hijo creyó...

- ¡Su hijo es un marica! –aulló Lobelo-. Le encanta acusar. Y lo peor es que dice muchas mentiras.

- ¡Yo no digo mentiras! –me defendí.

Papá tomó el control.

- Señor Izquierdo –dijo-, dadas las circunstancias, ya no conviene que trabaje con nosotros.

- Así será –contestó amenazante-, pero ustedes se van a arrepentir de habernos hecho pasar este mal rato.

Nos quedamos de pie como congelados por el temor.

Los policías nos hicieron salir de ahí.

De regreso a casa, nadie dijo una sola palabra.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me interesa esta historia de Carlos cuatemoc sanchez

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